miércoles, 28 de marzo de 2012

Capítulo 6.


-Jeil, ¿qué hace Alejandro en el piso de enfrente?
-Vive ahí. Se acaba de mudar.
-Bueno y, otra cosa,¿de qué lo conoces?
-Es un amigo, nos conocemos desde que éramos pequeños. Sus padres son muy amigos de los míos. Jugaban al Polo juntos.
-Am, yo creía que...
-Que habíamos sido novios, ¿no?
-Sí, bueno, verás, es que, no sabía nada y me extrañó que, ya sabes...
-No pasa nada mujer, suelen confundirnos. La próxima vez que necesitemos algo y no tengamos, irás tú a pedírselo.
-Ya veremos.

Falsa alarma. Otra pregunta más resuelta. Sólo son amigos pero, sigue extrañándome la reacción de Jeil cuando le dije que había quedado con él. Parece que oculta algo y no sé el qué. Bueno, mañana investigaremos. Llaman a la puerta.

-¿Abres tú?-pregunta tímidamente Jeil.
Hago como la que está distraída y sigo a mi rollo. Que se levante y abra la puerta, por lo menos, así colabora un poco en la casa. Se levanta molesta del sofá y va hacia la puerta. La abre. Miro de reojo. Tan sólo es el cartero con un paquete. A pesar del tamaño del paquete, parece cogerlo y moverlo con facilidad. Me extraña, es un poco debilucho. Será para Jeil, habrá encargado algo en la teletienda. Firma el recibo. Me llama.

-Andrea, págale a este señor lo que le debes. Este paquete tan enorme es para ti.
-¿Qué paquete?Si yo no esperaba recibir nada.
-No sé pero, yo, me vuelvo al sofá.

Miro al cartero. Es un chico joven de unos dieciséis años diría yo por el acné de su cara. Mira a Jeil divertido. Le ha gustado pero, sabe que es muy mayor para él a pesar de su aspecto de adolescente desenfrenada.

-Di...di...disculpe señorita, ¿puede pagarme?
-Verá, creo que ha habido un error, yo no he encargado nada.
-¿Es usted Andrea Domínguez?
-Sí, la misma.
-No es un error.

Lo miro. Está apurado. No le hago sufrir más. Le pago y le doy una propina por las molestias. Cierro la puerta y echo el pestillo. Miro por la rendija de la puerta y lo veo bajar las escaleras mientras se toca el pelo, colocándoselo ligeramente hacia la derecha. Ha desaparecido. Vuelvo a lo mío: el paquete. Es enorme y no tengo ni la menos idea de quién puede haberme mandado algo tan grande. Es más grande que yo, por pocos centímetros. Miro una nota que hay pegada en uno de los laterales: <<Ábreme>>. Obedezco. Le quito el papel roto que hay y encuentro otra caja un poco más pequeña. Otra nota: <<Te hubiera gustado que estuviese aquí metido ¿verdad?>>. Ese egocentrismo me resulta familiar. Sigo desenvolviendo cajas hasta que llego a una de un tamaño unas 20 veces más reducido que el de la caja del principio. Hay una bolsa con semillas. No pone de qué tipo de flor son. Como era de esperar, otra nota: <<Las cosas pequeñas pueden llegar a ser grandes. Hazme un favor, en la bolsa hay tres semillas. Tienes tres oportunidades para hacer que crezcan y se vuelvan flores. Solo entonces descubrirás qué flor has plantado>>. Esto es de Alejandro, no cabe duda. Me entusiasma la proposición y entro en el juego. Tres semillas, ¿eh?

-Adiós, Jeil.
-¿Vas al apartamento de Alejandro?
-No, voy a la tienda que hay al volver la esquina. ¿Sabes si allí habrá tierra para plantar flores?
-Sí, allí hay de todo. Puedes decirle a Al...-no la dejo terminar.
-Me voy, tardo cinco minutos. Si llaman, levántate y coge el teléfono.
-A sus órdenes jefa.

Le saco la lengua en plan burla. No se da cuenta, sigue viendo la película y se está riendo a carcajadas en el sofá. Bajo al portón. No hace nada de frío y voy andando hasta la tienda. La gente por la calle va distraída. Unos hablan por teléfono, otros hacen el tonto, algunos corren apurados.
Igual que yo pienso cosas de ellos, ellos pensarán cosas de mí. No me importa su opinión, me importa la mía. Llego a la tienda y veo a la que parece ser la dueña, apunto de cerrar.

-¡Oiga!¡Espere por favor!
-¿Eing?
-Necesito algunas cosas, sólo será un momento.
-De acuerdo, pasa.

Cojo un saquito de tierra y me fijo en un macetero pequeño que hay junto al mostrador. Tiene un color verde agua intenso. Me recuerda al color de sus ojos. Lo cojo y decido comprarlo, total, tampoco es caro y las semillas me las ha regalado él.

-Gracias señora y disculpe las molestias.
-De nada, hasta otra jovencita.

Salgo. Corre un poco de brisa pero, es agradable. Me doy prisa en llegar al apartamento. Estoy casi llegando y de pronto pum. Un idiota se cruza en mi camino. Tira el saco al suelo y me está tuteando.

-Lo siento guapa, te lo compenso invitándote a una copa. Ven, será divertido.
-¿Qué tiene de divertido salir con un imbécil que no sabe por dónde va?-cojo el saquito y me voy.
-¿Dónde crees que vas?-me agarra del brazo, con fuerza.
-A mi casa, suéltame.
-Enséñame el camino y te acompaño, vamos, sé buena chica.
-¡¡Alejandro!!
-¿Y tú qué quieres ahora?Lárgate por donde has venido anda...
-Quiero que sueltes a esa chica de inmediato. Vamos, no quiero problemas.
-¿Eso quieres?Vale- me tira al suelo.
-Los animales como tú, deberían estar en el zoo.

El tipo se ríe e intenta darle un puñetazo a Alejandro en la cara pero, consigue frenarlo en seco. Ahora le está apretando la mano, la misma que ha conseguido parar.

-He dicho que no quiero peleas. Nos vamos a marchar y como se te ocurra molestar a esta chica, te las verás conmigo y esta vez no te vas a ir de rositas, ¿de acuerdo?

El tipo se aleja malhumorado, maldiciendo a no sé quién.
-¿Estás bien?¿Te ha hecho daño?
-No, no te preocupes, si no llega a ser porque estabas tú por aquí, no sé qué hubiera hecho. Que miedo...
-Has tenido suerte. Te he visto desde la ventana y he venido corriendo.
-Gracias.
-No las des, ahora deberíamos subir a curarte a esa herida de la rodilla, no para de sangrar.
-No hace falta, de verdad. No quiero molestar.
-No lo haces, venga vamos. Apóyate en mi hombro.

Subimos las escaleras despacio. Entramos en el apartamento. Tiene bocetos de dibujos y grafittis por la casa. Parece un estudio más que una casa. El botiquín está en el baño, vuelvo enseguida. Me siento en una silla con cuidado de no manchar nada y miro a mi alrededor. De pronto, un pequeño labrador color canela entra en la habitación. Aparece Alejandro.

-Ya veo que os habéis conocido. Andrea, este es Colins. Saluda Colins.

El perro me lame la cara y me olisquea. Es una monada y tiene los ojos azules.

-Súbete el pantalón.
-¿Qué quieres hacer?
-¿Tú qué crees?Sólo me he traído el botiquín para jugar a los médicos. Andrea, voy a curarte la herida.
-Es verdad, lo siento. Qué tonta.

Coge un algodón y le echa un líquido que no huele muy bien y que escuece bastante.

-Es para desinfectarla, no tardaré mucho.
-Tranquilo, no duele.

Me coloca una venda alrededor de la pierna y listo.

-Vaya, mucho mejor. Gracias.
-No hagas movimientos bruscos o volverá a sangrar.
-Oye, ¿y todos esos bocetos?¿Los has hecho tú?
-Sí.
-Son buenos.¿Hay alguna afición tuya que deba conocer?
-Camelo chicas a las que un matón intenta llevarse, las secuestro y luego pido rescates por ellas. El material de dibujo no es barato...
-Estás bromeando ¿no?
-¿Me ves cara de payaso?
-¿Tengo que responder?

Nos reímos a carcajadas. El perro se ha quedado dormido en mi regazo.

-Creo que debería irme. ¿Puedes quitar a Colins de mi regazo?Con cuidado, no quiero despertarlo.
-¿Ya?Quédate.
-No puedo. Tengo una cosa que hacer.Ya nos vemos mañana. Adiós.
-Adiós.

Salgo al pasillo que da a los demás apartamentos y decido volverme.

-Oye Alejandro, ¿las flores son de interior?
-Sí, pero, sácalas de vez en cuando para que les de el sol.
-Vale. Por cierto, esta vez, no te retrases.

Y ahora sí. Vuelvo a mi apartamento. Jeil viene como una loca hacia mí.

-¿Dónde has estado?Estaba preocupada por ti. Dijiste cinco minutos y has tardado sesenta.
-Han surgido algunos inconvenientes. Tengo que hacer algo.

Saco de la bolsa el macetero y pongo una de las semillas dentro. Luego, le añado la tierra. Cojo un poco de agua y se la echo. La dejo en mi habitación.

-¿Y esa maceta?
-Es mía.
-El color es muy bonito.
-Sí, me recuerdan a...
-¿A quién?
-¿Em?Oh, nada, nada, estaba pensando en voz alta.
-Ya, ya...

La echo del cuarto y me quedo sola. Miro la maceta fijamente. Tengo ganas de ver qué flor es. La paciencia se me agota muy pronto. No sirvo para estas cosas...Dirijo la vista ligeramente al macetero, ese color... el mismo de sus ojos. Me siento como una princesa que tiene un héroe que la salva de maleantes. Ya no me duele la herida, está perfectamente. Ni si quiera la noto. Miro el reloj. Se me ha echado el día encima.

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