jueves, 29 de marzo de 2012

Capítulo 7.

Colins me mira. Me ha notado algo raro. Será ese sexto sentido que tienen los perros para notar que todo ha cambiado. No lo niego. Muevo la cabeza en señal de afirmación y él mueve la cola contento. Es verdad, ella está cambiando mi vida. Nunca le había mandado regalos a nadie así porque sí, sólo en casos especiales y únicamente a mi familia. Tampoco ha cambiado todo, si estamos saliendo o eso creo, ella forma parte de mi familia. Además, ¿qué tiene de malo intentar impresionarla? Es mi manera de gritarle sin hacerlo que quiero que se fije en mí. Hacerme el interesante nunca está de más. Sólo quiero hacer del juego algo más divertido y ella parece que quiere ser concursante de este juego. Y esa intervención del cavernícola que quería llevársela vino de maravilla. Así tuve una escusa para subirla a mi casa...Que guapa estaba. Su sonrisa y su cara de boba mientras miraba los dibujos. Mis dibujos...La única forma que tengo de expresarme y mis padres quieren quitármela porque no le ven futuro. Esta noche, les comunicaré lo que pienso sea como sea. Las 20:00 h. He quedado en casa a las 21:00 h pero, como de costumbre, papá y mamá llegarán a las 21:30 h porque les habrá surgido algún asunto importante en el trabajo... Eso es parte de mi rutina, no me molesta ya. De pequeños estábamos siempre con Simón, ella es la que nos ha cuidado siempre porque papá y mamá estaban fuera por culpa de los negocios y los viajes de empresa. No les reprocho nada, lo hacían por nosotros. Trabajaban hasta tarde para que, el día de hoy, pudiéramos tener una buena vida sin tener que preocuparnos por los gastos ni las facturas de teléfono. A cada uno, le tocan los padres que le tocan y yo estoy contento y orgulloso de los míos. Bueno, dejemos de pensar y pongámonos manos a la obra. Me dirijo a mi habitación. Colins me sigue. Voy al armario y cojo unos vaqueros oscuros y un polo blanco de marca. Me lo regaló mi madre en Navidad y apenas me lo he puesto. Siguiente paso, domar a la fiera: mi pelo. Cada día una forma distinta y hoy parece que está bastante bien. Lo peino un poco y listo. Me echo un poco de colonia. Me acuerdo de unos zapatos que tengo sin estrenar en el armario. Lo abro y saco una caja. Allí están. Me los pongo. Como un guante. Listo. ¡La colada! Se me había olvidado por completo que tenía que hacerla hoy. Todavía tengo tiempo. Cojo el cesto de la ropa sucia y empiezo a meter cada prenda en la lavadora. Y entonces, la veo. La camisa que me puse cuando quedé con Andrea. Aún huele a ella, a su suave perfume y a su pelo. Huele a nuestro beso, el primero. La pongo en marcha. Es hora de irme. Colins quiere venir pero, no puedo llevármelo. Él y Wilfredo se llevan fatal. La última vez, empezaron a perseguirse por la casa, ladrando y manchándolo todo de barro. Tiraron dos platos de la vajilla nueva de mamá. No quiero arriesgarme esta vez.

-Lo siento amigo, esta vez no. Vigila bien la casa, volveré pronto.

Hace fresco. Pido un taxi. Esta noche no tengo mucha suerte, no para ninguno. Tras diez minutos, para uno.

-¿Dónde le llevo jefe?
-A la estación, por favor.
-Usted manda.

La gente de New York no sabe lo que se pierde. Hace una temperatura perfecta para pasear por la calle o ir en moto y sin embargo, todo el mundo va en taxi o en coche. Yo, no tengo otra opción. Si la tuviera, iría a pie. La estación está lejos y la casa de mi padres está a varios kilómetros de aquí. Llegaría mañana por la mañana. Semáforo en rojo. El taxi para. Hay una tienda de ropa. Un maniquí luce un vestido a flores. Se parece al que llevaba ella. Ella...Tan inocente, tan niña y tan dura. Ella, que no sabe nada de mí. Nos ponemos en marcha de nuevo. Se hace largo el viaje en taxi. El taxista no para de mirar por el espejo retrovisor hacia atrás. Me intimida que la gente haga eso. Sonríe y se hace el loco. Llegamos a la estación.

-Son veinte dólares.
-Tenga.
-Ya nos veremos cuando necesite otro taxi.

Entro en la estación de metro. Saco el billete en la taquilla. Me doy prisa en entrar para coger sitio y no tener que quedarme de pie pero, hay más gente que tiene la misma idea que yo y ya no queda ningún asiento libre. Agarro una de las argollas que cuelga del techo y me quedo allí. Hoy no es molesto estar aquí. Otros días, hace una calor asfixiante y la gente empieza a hacerse hueco empujando a los demás. Hasta los que están sentados, se molestan en esas situaciones. El ambiente está tranquilo. Hay una chica con unos cascos que está leyendo un libro. Es rubia, guapa y seguramente, tiene novio. Lleva una pulsera con medio corazón. Me da una idea. Hay dos señoras mayores sentadas junto a la puerta. Un empresario a juzgar por el traje de corbata y el maletín. Un grupo de jóvenes, emparejados entre ellos. Una niña que duerme apoyada en el hombro de su madre. Una pareja y sus dos hijos discuten por el lugar donde van a cenar: la madre y la hija quieren ir a la pizzería, mientras que el padre y el hijo quieren ir a la hamburguesería. Guerra de sexos. Vuelvo a recordar el día en el que la vi por primera vez, en el metro, concretamente, los servicios. Se había equivocado de servicio. ¿Y si no se hubiera equivocado?¿La hubiera conocido?No. Un dulce capricho del destino. El maquinista hace parar el metro. No es mi parada. Espero un poco a que baje todo el mundo para coger asiento pero, entra más gente. Da igual, hay un asiento libre enfrente de mí y voy a hacer ademán de sentarme cuando una señora mayor se dirige hacia él. Le cedo el asiento. Me sonríe agradecida. Nos volvemos a poner en marcha. Ha entrado otra chica, esta vez, es morena. No deja de mirarme y la saludo simpático. Se sonroja y me devuelve el saludo. Tras quince minutos de viaje, llegamos a mi parada. Aguardo dentro del metro hasta que sale la gente apegotonada y entonces, salgo yo. Hay que ser listo para no morir hecho puré. Esta vez, no cojo ningún taxi. Voy caminando hasta la casa que queda cerca de la estación. Camino un poco apresurado porque se me ha hecho un poco tarde cuando, escucho mi nombre.

-¡Alejandro!-es Derek en su nuevo coche.
-Hola Derek.
-Vas a casa,¿no?
-Sí, hoy es la cena con papá y mamá.
-Ya lo sé bobo, venga sube o llegarás tarde como siempre.

Subo porque sé que es verdad pero, no tiene que recordarme siempre mis defectos. Que si yo soy más listo, que soy mayor que tú y no tienes que darme órdenes, que si tienes que aprender de mí y de mi responsabilidad, bla bla bla. Mi hermano y sus puñaladas traperas.

-Va bien el coche.
-Lo llevé ayer al taller, tenía un ruido en el motor y me lo han dejado como nuevo.
-Como cuides tanto al coche, Adri va a ponerse celosa.

Ari es la novia de mi hermano. Llevan dos años juntos. Es simpática y mona. Un poco quisquillosa pero, perfecta para mi hermano.

-Preocúpate de encontrar una novia tú y deja mi vida personal.
-Para tu información...-me callo, no sé todavía si ella lo considera una relación.
-¿Te has echado novia, hermanito?
-No, iba a decir que soy tu hermano y estoy al tanto de tu vida privada como si fuera la mía propia.

 Por la expresión de su cara, no le gusta esa idea. No quieren que le controlen. Esa faceta de mi hermano, me gusta. Llegamos a la puerta que hay delante de casa. Me bajo.

-Voy a aparcar el coche, nos vemos dentro.

En la casa me recibe Simón. Le doy un beso en la mejilla y ella me abraza como si no me hubiera visto desde hace dos o tres años.

-¡Alex!-mi hermana baja corriendo las escaleras y salta a mi cuello. Se engancha como los monos.
-Sam,¿cómo estás?
-Bien, bien. He sacado otro diez en matemáticas. Al paso que voy, te tendré que dar clases yo a ti.
-Así me gusta.¿Dónde está Wilfredo?
-Durmiendo. Estará cansado, como siempre.
-¿Han llegado ya papá y mamá?
-Sí, están en su habitación preparándose.
-¡Chicos! Vamos a cenar ya.

En ese momento, entra mi hermano. Le frota el pelo a Samanta y la despeina. Se pone como una furia y empieza a quejarse y a intentar darle puñetazos. Derek se hace el chulito y la para con la mano pero, le doy un puñetazo en el estómago, flojo, pero se lo doy.

-Tú siempre tan protector.
-Y tú siempre tan plasta.
-¡Eso!
-Venga, parad ya-es papá.
-Para una vez que nos reunimos, tenéis que dar la nota-la voz de mamá, cansada y un poco apagada.
-Lo sentimos...

Nos abrazamos y nos vamos al comedor. La mesa está preparada. Hay velas, vino y música lenta, a un volumen bajo, de fondo. Nos sentamos como siempre, como antes de que mi hermano y yo nos fuésemos de casa. Empiezan a traer la comida. Comemos, reímos y bebemos. Retiran los platos y traen el postre. Veo el momento oportuno para decírselo.

-Papá, voy a hacer un curso de dibujo.
-¿Un curso de dibujo?Tú no puedes hacer eso.
-Sí puedo. Me gusta dibujar y al director le han gustado mis bocetos. Además es mi vid...
-Alejandro, tienes otras responsabilidades. No puedes decidir a la ligera tus planes de futuro. Nos arruinarías.
-Pero papá, yo quiero hacer ese curso. Empieza después del verano.
-No. No hay más que hablar.

Como esperaba, mi padre no ha aprobado mi decisión. Si fuese mi hermano, lo dejaría hacer lo que quisiera y le apoyaría y ya, si fuera mi hermana, la mandaría a París a la mejor escuela que hubiese. Pero no. Soy yo.

-Derek, llévame a casa.
-Espera, cojo las llaves del coche y nos vamos.
-Te espero fuera. Adiós a todos.

Me muestro frío. Salgo y espero a mi hermano. En el camino de vuelta, no soltamos ni una palabra. Yo estoy molesto y mi hermano teme hablarme y que le responda mal. Por unos planes de futuro que tengo, mi padre me los arruina. Gracias, papá.

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