Quizás haya pasado el tiempo. Sinceramente, no recuerdo el día, ni el por qué de aquellas palabras envalentonadas. No recuerdo por qué lo hice. Por qué te dije te quiero aquella noche, cuando eran más de las 0:00 h y la magia ya se había acabado. No. No éramos ni Cenicienta ni el príncipe. Éramos tú y yo, detrás de una pantalla de ordenador. Cada uno en su lado. Te notaba cerca y estabas lejos. Te ibas, ya casi no podía verte. Veía tu imagen borrosa en mi cabeza. Mi corazón se aceleraba por segundos. Cada vez más y más. Pum. Pum. Pum. Un ritmo perfecto a un tempo ligero. Aquella noche, no llevaba yo la batuta. Mis sentimientos controlaban mis palabras que se manifestaban en la conversación con diminutas letras. ¿Cómo podía algo tan pequeño manifestar un sentimiento tan grande? No lo pensé. No encontraba el por qué de todo aquello. Estaba demasiado nerviosa para pensar. Ese era e problema. No pensé en qué iba a pasar después de aquella noche. ¿Te lo tomarías bien o mal?Ni se me pasó por la cabeza imaginarlo. Sentía esa necesidad de explotar, de soltarlo todo sin importarme nada. Lo había retenido mucho tiempo y ya no podía aguantar más. Lo solté. Casi sin pensarlo, pulsé cada una de las teclas. Suavemente, casi sin notarlo. Apareció allí, delante de mí y, supongo que delante de ti también. Ahí estaba "te quiero". Me quedé patidifusa. No sabía que hacer. Si inventar una escusa, gritar o volverme loca y romper el ordenador en mil pedazos. De pronto, apareció el por qué. Por qué te había dicho esas palabras, aquella noche. Por qué. Pensaba que nunca llegaría a decirlo y lo solté. Lo sentía de verdad. Quizás en aquel momento no lo supe pero, después, en frío, supe que algo grande, había empezado y es que, a veces, no hay que buscarle un por qué a todo. Sólo, hay que dejarse llevar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario