domingo, 20 de mayo de 2012

Érase una vez.

Érase una vez, en una ciudad como otra cualquiera, un chico y una chica corrientes que se amaban con locura. Eran una pareja como otra cualquiera pero, entre ellos, eran únicos. Se decían te quiero millones de veces al día durante todos los días que llevaban juntos, se mandaban mensajes de texto cursis y se quedaban dormidos hablando por teléfono a las tantas de la madrugada. Ella, era un poco más reservada que él y, él, intentaba controlarse. Un día, la chica decidió quedarse en su casa mientras el chico salía con sus amigos a dar una vuelta. La chica no se preocupaba por lo que pudiera pasar, porque confiaba plenamente en su chico y pensaba que él nunca le fallaría. Mientras ella ordenaba sus viejos CDs y escuchaba música encerrada en su habitación, el chico estaba por ahí ligando con la primera que le diese esa oportunidad. Al día siguiente, el chico actuó como si nada hubiese pasado. Siguió diciéndole te quiero y mandándole mensajes durante el día mientras que, por la noche, repetía la historia de aquella salida. Siguió queriéndola falsamente. Ella estaba en su mundo perfecto, despierta en su sueño ideal de amor y enamorada de ese chico. No podía sospechar nada. Pasaron unas semanas y volvieron las clases. Muchas de sus amigas la abrazaron y la besaron en la mejilla como solían hacer antes de las vacaciones de verano. Cada una de ellas contó todo lo que había hecho ese verano. Todos los chicos a los que habían conocido y todas las escapadas a escondidas que habían hecho. Ella se sentía un poco apartada pero, no le molestaba porque ella había pasado todo el verano con el mismo chico, su chico, disfrutando todo lo posible de cada minuto. Entonces, una de sus amigas, la más lanzada, le preguntó: "¿Cómo es que no nos contaste que habíais roto?". Roto. Así se quedó su corazón al escuchar aquella pregunta. No contestó y se fue corriendo mientras todas aquellas personas a las que ella consideraba sus amigas la miraban sin hacer nada. Se echó a llorar. Intentó localizar al que se suponía que era su chico pero, nada. No respondía al teléfono y, entonces, lo vio. Detrás de una columna de ese pasillo por el que siempre paseaban agarrados de la mano y abrazados. Él con otra que no era ella. A raíz de ahí, no se creyó ninguno de sus te quiero, no contestó a ningún mensaje de texto más y tampoco hubo ninguna llamada telefónica a las tantas de la madrugada. A partir de ese momento, acabó su historia corriente que no tenía nada que ver con un cuento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario