viernes, 18 de mayo de 2012

Our way.

Nadie decide por mí. En esta vida la única norma es que no hay normas. No es vida de ley, es ley de vida. O jodes o te joden. No existen los finales de cuento, hay que conformarse con el final que te pone el destino, sin intentar mejorarlo ni cambiarlo. Simplemente, no se puede cambiar pero, no es el final lo que importa. Es todo lo anterior al final. La infancia, los primeros pasos, las primeras palabras, las salidas del colegio felices, ansiosos por contarles a nuestros padres la mañana que hemos tenido. Las tardes entreteniéndonos con cualquier mosca que pasase. Las series de televisión donde salían nuestros héroes favoritos de dibujos animados. Esa infancia, donde vivíamos de verdad. Los primeros amores de la adolescencia, el paso de niños y niñas a hombres y mujeres. Las responsabilidades. Esos días en los que sientes que el mundo pesa y se te va a caer encima. Las tonterías cometidas por gusto o por algunas personas especiales. El primer beso. El tiempo en el que una caricia, un abrazo y un beso, lo son todo, los que se encargan de poner los vellos de punta y atraer a las mariposas a que vuelen por tu estómago. Tiempo para cometer errores. La madurez, donde dejas de lado todas las idioteces cometidas en el pasado, donde ya no puedes disfrutar como antes. Donde no hay tiempo para sonrisas y bromas pesadas. Donde lo único que importa es el futuro, el mañana. Sólo tenemos preocupaciones y malas noticias. Tiempo para aburrirse. La vejez, donde recordamos todos los errores y donde el final del camino se puede divisar a lo lejos, cada vez más cerca. Donde ya no hay vuelta atrás y no podemos retroceder, sólo avanzar y afrontar lo que venga hasta que se acabe. Para aprovechar cada día como si fueran diez años enteros, con todos sus días y todas sus noches. Tiempo para reflexionar y dejar de lado el miedo.

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